domingo, 8 de octubre de 2017

SILENCIO Y SONIDO


El sonido y el silencio


Vivimos en un mundo  en el que el sonido o su ausencia tienen una enorme importancia. Los sonidos nos envuelven, nos rodean, forman parte de nuestra realidad. Encontramos sonidos significativos en la casa, el colegio, la calle, el campo… Estos sonidos definen situaciones, contextos, épocas, provocan tensión, relajación…
En la primera infancia el niño se encuentra enteramente receptivo a los estímulos sonoros del mundo exterior, que gradualmente se irán elaborando e integrando en la conciencia. La receptividad sensorial expresada a través de diversos medios: movimiento, gestos, lenguaje… evoluciona de forma muy significativa en los primeros años. La sensibilidad visual, auditiva y táctil hallan en el entorno el marco idóneo para su desarrollo.
Los niños  se acercan a los distintos sonidos de su realidad  más próxima, los perciben, experimentan con ellos, observan cómo existen características comunes y diferenciales entre los mismos… Desde pequeños van buscando con la mirada el sonido percibido, rechazan los sonidos estridentes o ruidosos, juegan a reproducir lo que han oído, reconocen pequeñas melodías y canciones, clasifican y ordenan  sonidos ejercitando con ello la  memoria auditiva…
Al mismo tiempo van descubriendo cómo forman parte y pueden ser protagonistas de su propio entorno sonoro puesto que, no sólo son receptores de sonido sino también productores.
Los elementos de la formación auditiva son el sonido (vibraciones u ondas sonoras percibidas por el oído) y el silencio (espacio de tiempo ausente de sonido). Debemos ayudar a los niños a descubrir estos elementos y experimentar con ellos.
El silencio forma parte de la educación de los sentidos. Es un acto de inhibición voluntario que detiene la actividad manifiesta exteriormente.  Podríamos definirlos como la ausencia total de sonido, aunque debemos saber que el silencio absoluto nunca llega a producirse, debido a que constantemente estamos rodeados de algún  tipo de sonido.
Éste ocupa un lugar privilegiado en la educación musical ya que proporciona vivencias, emociones, sentimientos, nos sirve como medio de expresión, nos permite concentrarnos en unos determinados estímulos y conseguir una mayor agudeza de oído.
En la educación musical podemos abordar el silencio desde una doble vertiente: llevando a cabo una interrupción más o menos prolongada del sonido, el canto o el instrumento y utilizando dicho silencio con algún significado expresivo.
Existen muchos juegos para experimentar con el sonido y el silencio, por ejemplo:
  • Bailar al ritmo de diferentes tipos de música y al parar convertirse en estatuas (inmóviles y en silencio).
  • Estar en silencio y hablar  cada vez un poco más alto, luego ir bajando el tono de la voz para llegar otra vez al silencio.
  • Reconocer sonidos producidos por objetos cotidianos (ruido de una puerta, el que se produce al ser arrastrada una silla), por elementos ambientales, por distintas partes del cuerpo…
  • Llenar una cesta con varios juguetes cuyo sonido pueda grabarse (por ejemplo: el llanto de una muñeca, el ruido de un tren, el botar de una pelota) a medida  que se oye el sonido de la grabación el niño buscará y colocará ordenadamente  el juguete correspondiente.
  • Identificar sonidos del entorno cercano y familiar, sonidos de instrumentos y reproducirlos.
  • Cantar canciones o recitar poesías donde una frase se diga en voz alta y otra en voz bajita…
Es importante que utilicemos la música en su totalidad, de sonido y forma, con los elementos y aspectos que la integran, ejercitando la atención y la memoria, los reflejos auditivos y motrices,  dando a cada uno de ellos el valor y la importancia que su significado representa. Así podremos descubrir las aptitudes musicales que los niños poseen pero que en muchas ocasiones permanecen ocultas en su interior y desarrollar su capacidad expresiva, favoreciendo de esta forma, sus facultades imaginativas y creativas.

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